“Antes de que la flor marchite debes de asegurarte de echarle bastante agua para que no pierda su encanto” – Con estas palabras, mi abuela y yo creamos nuestro jardín en el patio de la casa. A mí siempre me pareció irónico que su nombre fuera igual al de su flor favorita: Rosa. Pero la describía perfectamente ya que esa era siempre su esencia, acompañada con una belleza indescriptible de piel morena y ojos azules.
Con su estatura de 5’3 pies, mi abuela siempre había sido una persona con un carácter firme, pero sentimientos nobles. Toda la vida la dedicó a atender a su marido, un hombre machista, del norte de México, que todas las mañanas despertaba con su desayuno puesto en la mesa y que siempre me mencionaba que si no aprendía a cocinar nunca me casaría, porque un hombre no está para estar haciendo algo en la cocina. “Las mujeres siempre deben de estar conscientes de sus deberes, sin importar el año en el que estemos”.
Pero, con el pasar de los años, mi Rosa empezó a cambiar. Mas allá de su piel arrugada, los ojos que en algún momento capturaban y decían todo lo que la boca no hablaba y los oídos no escuchaban, comenzaron a tener una mirada diferente. Una mirada confundida que trataba de ocultar miedo y desconcierto.
Desde pequeña siempre he estado consciente de que los abuelos eventualmente olvidarán cosas, sus cuerpos se harán más frágiles, y tendrán más problemas de salud. Por lo que el hecho de que mi abuela dejara el control de la televisión adentro del refrigerador era normal, que saliera varias veces durante la noche de su cuarto para verificar que todas las puertas y las luces de la casa estuvieran cerradas, era solamente una maña que se le pasaría.
Pero el año pasado, descubrimos que lo que tenía no pasaría.
Su cita con la neuróloga hace unos meses nos dejó marcados como familia y desde ese momento en nuestro hogar ha habido un antes y un después.
Las palabras firmes de la neuróloga de mi abuela, una mujer afroamericana en sus 40 años, nos dejó en shock. Ya no había un remedio a nuestra situación:
- “La demencia suele tener muchos síntomas que las personas típicamente pasan por normal, y su esposa [mi abuela] ha sido diagnosticada con demencia. Podrá tomar medicamento para controlar los síntomas, pero nada es reversible,” nos comentó la doctora.
Las estimaciones varían, pero expertos creen que más de 5.5 millones de estadounidenses, la mayoría de 65 años o más, pueden tener demencia causada por la enfermedad del Alzheimer, según el Instituto Nacional sobre el Envejecimiento del Departamento de Salud y Servicios Humanos.
Con el paso del tiempo la belleza de Rosa se ha estado esfumando. Hay días en los que se enoja por la ubicación de los muebles, días en los que se despierta llorando y no es capaz de decirte una razón específica y hay momentos en los que se acerca hacia mí para decirme algo con una sonrisa de oreja a oreja y en el momento en el que abre la boca para decirme algo, toma una pausa, cierra la boca, su mirada se vuelve desconcertada, y luego con una cara triste y ojos enrojecidos me menciona “ya no sé lo que te iba a decir.”
De repente, el hombre que siempre tenía la línea bien puesta entre las diferencias entre los hombres y las mujeres se empezó a despertar temprano para recordarle en las mañanas a su compañera, su eterno amor. Y el que nunca había entrado en la cocina, se encargó de cocinarle su desayuno a la mujer que siempre lo amó y atendió sin pedir nada a cambio, más que un amor incondicional.
El averiguar lo que mi rosa quería era todo un rompecabezas. De repente te pedía un vaso de leche, y en cuanto llegabas con él, te corría del cuarto y te decía que a ella en su vida le ha gustado la leche. “No ves que me hace daño”.
Al cocinar, se acercaba y me decía, “yo no quiero, pero si quieres se lo puedes llevar a mi esposo y a mi nieta”. En esos momentos, se me partía el corazón, y las lágrimas inundaban mis ojos, pues mi rosa favorita, en ese momento, ya no me reconocía.
Con el paso de los meses, nuestra Rosa se hizo más frágil y delicada.
Mi abuelo no entendía como su plan de envejecer con mi abuela se truncó de repente – “No sé porque le tocó esto a ella.”
De las 5 millones de personas que viven con demencia y alzhéimer, 3.6 millones de esos pacientes son mujeres, según la Asociación de Alzheimer.
En casa, nos encargamos de regar a nuestra rosa favorita constantemente, con recuerdos, para que no se nos marchitara. Pues el hermoso jardín que en algún momento habíamos creado, se marchitaba junto a ella frente a nuestros ojos.
Pero en la vida no hay plazo que no se cumpla. Mientras personas alrededor del mundo perdían a un ser querido por el coronavirus, nosotros nos resguardamos del mundo para prevenir un contagio y evitar una pérdida.
A pesar de nuestros cuidados, y paciencia, nuestra Rosa se marchitó en plena pandemia. “Sabíamos que llegaría el día, pero no lo esperábamos tan pronto”, comentó mi abuelo.
Su muerte no fue a causa de un contagio del coronavirus, pero por la enfermedad clasificada como la sexta causa principal de muertes en los Estados Unidos.
Así como mi Rosa, existen miles de personas alrededor del mundo con alguna forma de trastorno cerebral degenerativo, pero hasta el momento se desconoce una cura a esta enfermedad.
Un padecimiento que continúa arrebatando memorias y vidas. Según registros de la Asociación de Alzheimer, las muertes por esta enfermedad han aumentado significativamente entre 2000 y 2018. El número de muertes, registradas en los certificados de defunción, por causa del Alzhéimer se ha más que duplicado, aumentando un 146 por ciento.
Una cifra que se proyecta continuará creciendo hasta que se encuentre una cura.