Steve Leifman, juez del circuito judicial de Florida, aún se lamenta al recordar el rostro de aquel sujeto al que tuvo que enviar a la cárcel hace años. Según Leifman, al escuchar la sentencia, la cara de ese hombre era la cara de alguien que sabe que va a morir.
Corría el año 2000 cuando Leifman se encontró con este caso, un caso que le abrió los ojos sobre la realidad del sistema de justicia criminal y la salud mental. Casi tres décadas más tarde, el juez sigue luchando por transformar esa realidad.
“Justo antes de entrar a la corte ese día, los padres del sujeto que estaba a punto de ser juzgado conversaron unos minutos conmigo. Me explicaron que su hijo era egresado de Harvard, y además era el ex-director del Departamento de Psiquiatría de un hospital en Florida, pero ahora tenía esquizofrenia de aparición tardía, y su enfermedad lo había enviado a transitar entre la prisión y la libertad (como una persona sin hogar) en varias ocasiones”.
Según los expertos, ni las enfermedades mentales ni el abuso de sustancias están directamente relacionadas con las ofensas criminales. No es que una cosa lleve a la otra. Sin embargo, existen trastornos mentales que, al no ser adecuadamente tratados, pueden alterar la percepción de la realidad del paciente y, en ocasiones, despertar comportamientos que bajo la ley pueden ser catalogados como delitos.
Tras escuchar el clamor de los padres de aquel hombre que esperaba en la corte, el juez Leifman le prometió a aquella familia que les conseguiría ayuda, pues asumió que si alguien era arrestado y tenía una enfermedad mental grave, el sistema estaria diseñado para atenderle de la mejor manera. Sin embargo, así no funciona el sistema.
“Pensé que lo que debía hacer era enviarlo a un centro donde pudieran darle la atención que necesitaba. No era un sujeto peligroso, tuvo un brote psicótico en el momento de la sentencia, y lo único que pude hacer fue pedir que le realizaran diferentes evaluaciones médicas para determinar su estado. El pasó 12 semanas en prisión esperando el resultado de dichos exámenes, que lo declararon “incompetente” para proceder con alguna otra accion hacia él”, dijo Leifman.
En ese entonces, el juez pensó que, con aquellos resultados, podría enviar a este hombre a un centro de ayuda, cumplir su promesa, y hacer justicia, pero no fue así. Por diferentes motivos, y por cosas que estipula la ley, tras esas 12 semanas aquel hombre fue dejado en libertad, y volvió a las calles una vez más.
“No creo que se haya hecho justicia ese día”, comentó el juez.
Según investigadores de la Escuela Schar de Politicas y Gobierno, las cárceles se han convertido en los proveedores de salud mental de facto. Una persona con enfermedades mentales o adicciones tiene 10 veces más probabilidades de ser encarcelada que ser enviada a un hospital psiquiátrico.
“Es necesario comprender los posibles factores que impulsan el encarcelamiento, incluido el acceso a los servicios comunitarios, para reducir el ingreso al sistema legal y disminuir la reincidencia”, dice el grupo de investigadores en su estudio publicado en 2022.
Desde hace años Miami Dade es azotado por un problema de arrestos masivos y reincidencia cíclica de personas con enfermedades mentales o adicciones a sustancias.
A raíz de ello, el condado se dispone a inaugurar en los próximos meses un centro que busca combatir dicho problema. Esta historia plantea contribuir una solución a la problemática que enfrenta el condado a través de la implementación de la metodología de una organización de servicios de reinserción social ubicada en Jacksonville.
¿Cual es la situación de Miami-Dade y que se ha hecho hasta ahora?
A lo largo del estado de Florida, la reincidencia criminal es cosa de todos los días. Pero hay una población especialmente vulnerable y propensa a reincidir: los convictos que padecen enfermedades mentales o adicciones a sustancias.
Según el juez Leifman, en el condado de Miami-Dade, la situación de arresto a personas con enfermedades mentales es crítica, y es que el condado registra el porcentaje más alto de personas con trastornos mentales (esquizofrenia, bipolaridad, depresión, entre otros) de cualquier conglomerado urbano en Estados Unidos.
“En Miami-Dade, el 9,1% de la población padece de alguna enfermedad mental o adicción, eso es dos o tres veces más alto que el promedio nacional”, nos dijo Leifman.
En lo que respecta a la población carcelaria del condado, aproximadamente el 57% sufre de alguna enfermedad mental grave y, en consecuencia, el condado gasta $636,000 dólares mensuales, o $232 millones al año, en la manutención de estos individuos.
La lucha por descriminalizar las enfermedades mentales y el abuso de sustancias
El caso de aquel egresado de Harvard, cuya mirada el juez Leifman vio la realidad del sistema, es solo uno de los muchos casos con los que Leifman ha lidiado a lo largo de su carrera y que han motivado su lucha por descriminalizar las enfermedades mentales y el abuso de sustancias desde hace casi tres décadas.
Es por eso que lidera al equipo con el que creó el Proyecto mental criminal del circuito 11. El programa busca prevenir el arresto de personas con enfermedades mentales a través de un equipo de intervención de crisis capacitado para manejar situaciones que involucran enfermedades mentales o abuso de sustancias, procurando evitar un arresto y, además, brindar servicios de atención a la salud mental a quienes han completado un ciclo en prisión.
Según indicó el juez, el programa ha logrado resultados tales como la reducción del número de arrestos, pasando de 118,000 al año a 53,000. También decreció la población carcelaria de 7,400 a 4,400.
Además, en el momento en que se presenta un arresto, en vez de ordenar una evaluación para saber qué tan competente es la persona, se ordena un examen que indique que tratamiento necesita el individuo, y si este está de acuerdo con acceder al programa. Incluso pueden obtener el beneficio de que se retiren los cargos. Con ello, el programa ha reducido la tasa de reincidencia delictiva del 75% al 20%.
Sin embargo, el proyecto de salud mental criminal no ha logrado romper el ciclo que constantemente transita una parte de los usuarios del sistema que padecen enfermedades mentales; es decir, el ciclo de ir a prisión para recibir tratamiento y luego quedar en libertad, pero a la deriva.
¿Por qué es tan difícil romper este ciclo?
Según los expertos existen varios factores que impiden romper este ciclo.
Por un lado, la decisión de cuándo estas personas quedan en libertad le corresponde a un juez, y no a un profesional de la salud mental. Además, hay que tener en cuenta que los tratamientos que allí se proporcionan no son los más óptimos, debido a las características naturales y poco flexibles del contexto en el que se están desarrollando, según describió Guillermo Valenzuela, un ex-psicólogo penitenciario.
Por otro lado, el recuperar la libertad es, para cualquier ser humano, un proceso de transición que puede hacerse complicado si no existe una red de apoyo y cuidado y un punto de estabilidad, libre de estigmatizaciones, que le permita al individuo solidificarse en libertad.
“La estabilidad es supremamente importante en el proceso de recuperación de cualquier paciente con enfermedades mentales, pero también lo es en el proceso de reintegración a la sociedad de cualquier persona”, explicó la experta en psicología psicosocial Alejandra Marquez. “La estabilidad en el entorno, en las emociones, y en la rutina, ayudan a crear en el individuo la sensación de autonomía y a restaurar cómo se desenvuelven en la vida diaria”.
Según Marquez, hay que tener en cuenta que si bien las adicciones están clasificadas como una enfermedad mental, el proceso de recuperación y rehabilitación de un adicto es totalmente diferente al de un paciente que sufra de enfermedades como esquizofrenia, bipolaridad, entre otras.
“Existen elementos en común en las conductas características de cada enfermedad, por eso algunas cosas se pueden tratar con el mismo modelo o siguiendo la misma hoja de ruta, pero cada paciente y cada caso es diferente, y el caso de una persona con adicciones es muy diferente al de una persona con trastorno límite de la personalidad, por ejemplo. Pero sí podemos encontrar elementos que en cualquier caso contribuyen a rehabilitar al paciente”.
Guillermo Valenzuela, quien prestó servicios de salud mental en una cárcel, se desempeñó como trabajador social enfocándose en la rehabilitación de drogadictos y ahora se dedica a la psicología, explicó que sin los factores mencionados anteriormente, sería imposible lograr una rehabilitación exitosa.
“Si nos limitamos a volver a poner a la persona en el entorno que lo llevó a consumir, a delinquir o donde sus trastornos no fueron adecuadamente tratados no podemos esperar un resultado diferente. Es necesario brindarles espacios sanos, pero además estables y donde encuentren no sólo apoyo, sino cierto nivel de exigencia y motivación.”
¿Puede entonces el hecho de darle estabilidad, fé, ayuda, y una guía para retomar la vida, prevenir que una persona reincida criminalmente?
Steve Medlin, quien hoy tiene 57 años, creció en Florida, en una familia blanca, cristiana y de clase media. Cuando llegó a la adolescencia, con todos los cambios que esta trae a la vida de una persona, y la rebeldía, también llegó a su vida una amistad que hoy recuerda como “no tan buena”.
De hecho, recuerda que su mamá le sugirió alejarse de aquel muchacho, pero Steve no lo hizo. Él prefirió seguir pasando un rato divertido con su amigo. Para cuando tenía 14 años, Medlin ya bebía alcohol, se saltaba una que otra clase en la escuela, y fumaba marihuana.
“Recuerdo que mi mamá me decía si sigues rodeándote de esas personas, muy pronto vas a terminar en una correccional, y yo simplemente decía que no, y seguía en mis cosas”, recuerda Medlin.
“Tres semanas antes de cumplir 16 años las palabras de mi madre se hicieron realidad… y fui arrestado con el cargo de asesinato en primer grado y robo”.
Medlin recuerda vívidamente el momento en el que se escapó de su casa, cansado de que le dijeran que hacer, con ganas de sentirse grande, y sobre todo, de fumar marihuana. Lo que no sabía es que tras ese escape, le tomaría más de 20 años poder regresar.
“Nos metimos a una casa junto con mi colega, queríamos robar dinero para poder comprar marihuana; desafortunadamente durante el robo alguien murió”.
Según el abogado de defensa criminal Robert Abreu, en el estado de Florida si una persona muere durante la ejecución o desarrollo de cualquier delito por parte de otro individuo, eso es considerado asesinato en primer grado.
Ante esos cargos, con solo 16 años, Steve Medlin fue sentenciado a dos cadenas perpetuas, con un cumplimiento mínimo de 25 años antes de ser considerado para libertad condicional, o sentencia de muerte.
“Así fue como el 15 de diciembre de 1983 ingresé al departamento de correccionales, estando 100% convencido de que nunca saldría de allí, y de que ya no importaba que hiciera o cuantas veces lo hiciera. La justicia ya me había castigado con todo lo que tenía, no podía ser peor que eso”, comentó Medlin.
Muchos han evidenciado lo que pasa en las cárceles a través de películas. Otros han escuchado historias. Algunos las han visitado en la vida real desde diferentes perspectivas. No importa cómo, todos los que alguna vez han visto la realidad de una cárcel, coinciden en que es un lugar oscuro, miserable, o carente de humanidad.
“Las cárceles estatales son lugares horribles, son sucias, carentes de fé. Son lugares donde desde el momento que se cruza la puerta, una sensación pesada se apodera del entorno. Son lugares literalmente diseñados para castigar”, comentó el abogado Abreu.
Medlin no tuvo de otra que sumergirse en la rutina que tenía en la cárcel y esperar que llegara el 2007, el año en el que lo evaluaron por primera vez, para saber si era apto para recuperar la libertad, o si debería pasar 21 años más allí. Como era de esperarse, hubo un momento en el que se sintió perdido, agotado, y con la esperanza casi extinta, hasta que decidió ponerse de rodillas, acudir a la fé que le inculcaron desde pequeño, y pedirle a Dios una oportunidad para hacer las cosas bien.
El 17 de diciembre de 2013, Steve Medlin salió por las puertas de la institución correccional de Everglades, después de 30 años, 5 meses y 15 días de encarcelamiento continuo. Medlin salió de la cárcel como un hombre de 46 años, que ya había pagado sus deudas con la sociedad, que aprendió cientos de lecciones, que recuperó la fé, y que fue castigado de la peor manera. Ahora debía salir a ‘la vida real’ y demostrar que era una persona totalmente diferente, lista para reintegrarse a la sociedad, pero sin saber cómo funcionaba el mundo real ahora.
“El primer día afuera fue asombroso, porque 20 años atrás es algo que pensé que nunca pasaría. Luego viene ese choque de realidad, ser un hombre de 46 años pero con el conocimiento o la perspectiva del mundo de un joven de 16. Tenía ese reto de retomar mi vida y poner todo en su lugar como hace un adulto, pero sin saber cómo hacerlo”, recuerda Medlin. “Lo único que tenía por seguro es que nunca quería volver a ese lugar”.
El temor de no saber cómo enfrentarse a un mundo real tan diferente al que conoció hasta sus 16 años, la necesidad de encontrar estabilidad y un lugar que le ayudará a evitar cometer errores, llevó a Medlin a contactar a quien entonces era el director de una organización de servicios de reinserción en el norte de Florida, para pedirle voluntariamente ser participe del programa y obtener una segunda oportunidad.
Hoy en día, a 10 años de haber completado este programa, Medlin tiene un trabajo, vive su vida con tranquilidad, comparte su testimonio con otros y cuida de sí mismo. No solo dejó las drogas en el pasado, sino que evitó reincidir criminalmente y logró reintegrarse a la sociedad con éxito.
Mark Krancer nació y creció en Texas, en una familia tradicional, cristiana y estable. Mientras crecía fue parte de los Boy Scouts, donde logró varios reconocimientos por la facilidad que tenía para vender galletas, entradas a diferentes eventos, y todo tipo de productos que ayudaban en las colectas. Desde pequeño, Krencer tuvo un espíritu emprendedor, y estaba seguro de que al crecer quería ser vendedor.
A la edad de 12 años la vida de Krancer dio un giro inesperado con el divorcio de sus padres y los cambios y la rebeldía de la adolescencia. Krancer se mudó con su madre a Sugar Land, Texas, donde conoció a un nuevo grupo de amigos y con ellos probó las drogas por primera vez.
Para su último año escolar, Krancer se mudó nuevamente a Dallas y enfrentó nuevos cambios en su entorno. A pesar de que todo cambiaba alrededor de él, sus decisiones seguían siendo las mismas.
“De alguna manera siempre lograba encontrar al grupo de chicos que consumían, que bebían y hacerme amigo de ellos sin importar cuantas veces me mudara. Todo cambiaba a mi alrededor, pero nada cambiaba dentro de mí”, recuerda Krancer.
De acuerdo con su historial criminal, para cuando tenía 18 años e iba a la universidad, Krancer obtuvo su primer DUI y debido a ello pasaba algunos fines de semana en prisión, además de delitos como posesión y consumo de sustancias, entre otros.
Y así siguió avanzando un camino que Krancer recuerda como difícil y destructivo.
“En este punto, creo que las drogas ya empezaban a tener total control sobre mi vida. Consumía cocaína, varias pastillas para dormir, etanol, fumaba marihuana… pasaba casi 20 fines de semanas del año en prisión, y al final de mi primer año de escolar, me expulsaron de la universidad”.
Tras la expulsión de la universidad, Krancer se mudó a Florida junto con su madre en busca de un nuevo comienzo. Sin embargo, allí, Krancer encontró la manera de seguir consumiendo diferentes sustancias y no solo eso, sino que también empezó a venderlas.
“Y todo empeoró aún más cuando en abril del 2004 mi mamá y yo estábamos llevando a mi amigo al aeropuerto y en el camino tuvimos un horrible accidente automovilístico. Mi mamá murió instantáneamente”.
Krancer dice que se sumergió en las drogas como nunca. Se hizo adicto a pastillas para el dolor muscular, consumía todo tipo de sustancias y además las distribuía, su círculo de amigos y parejas estaba conformado por personas que solo incentivaban más su adicción.
“Participé en programas de rehabilitación y bueno allí decía las cosas correctas y hacia lo que tenía que hacer para que pareciera que estaba listo, aunque no fuera verdad. Lo que hice en esos programas de rehabilitación, fue, de hecho, conseguir más clientes. Las ganancias de vender sustancias son impresionantes”
Y aunque Krancer logró estar sobrio, a veces por períodos de hasta un año y medio, de alguna manera, las drogas siempre llegaban a él y volvían a sumergirlo en un laberinto de autodestrucción que parecía no tener salida, y es que, para él, las drogas eran una forma de subsistir económicamente y además de satisfacerse a sí mismo.
“Para el 2012, a mis 28 años, me sentí agotado de esta vida, me sentía sin esperanza, sentía que la adicción tenia total control sobre mi y sobre mi vida, y entonces quise acabar con todo e intenté suicidarme usando una alta dosis de oxicodona, pero me desperté cuatro días después. Supongo que mi cuerpo lo toleró porque ya estaba acostumbrado a esas altas dosis de droga”, recuerda Krancer.
Finalmente, el 27 de septiembre del 2012, Krancer y su pareja de aquel entonces fueron arrestados por venderle drogas a un informante secreto. Krancer fue sentenciado a 18 meses de prisión y recibió cargos por conducir bajo la influencia de sustancias, por sus tres DUI, y por la venta y distribución de oxicodona.
“Honestamente en ese momento entendí que tal vez eso era lo que necesitaba para poder cambiar mi vida, estar alejado de todo este ambiente y sin poder consumir.”
Fue así como Krancer empezó un intenso periodo de desintoxicación mientras cumplía su condena.
“Un proceso de desintoxicación viene acompañado de malestar general, vómitos, diarrea, falta de energía. En mi caso, mi patrón de sueño se vio afectado por seis meses y tuve alucinaciones en las que creía que estaba siendo arrojado a los cocodrilos”, recordó.
“Lo único que hicieron los guardias fue ponerme en lo que llaman ‘la burbuja’ y me alejaron de otros reclusos por un tiempo.”
Tras cumplir su condena y recuperar la libertad, la vida lo llevó a Jacksonville en busca de nuevos comienzos. Allí se encontró con una organización cristiana que le ofreció lo que él describe como una verdadera segunda oportunidad. Le dió un lugar donde vivir, le ayudaron a encontrar un trabajo, invirtieron en él, y le dieron el acompañamiento y la fuerza que necesitaba para rechazar las drogas, porque sí, estando en Jacksonville, también se cruzó con personas que le ofrecieron sustancias y con viejas amistades que le pedían ayuda para conseguir marihuana.
“Completé el programa y al hacerlo sentía que tenía bases mucho más sólidas para continuar mi vida. Eso es lo que hace este programa, darte una segunda oportunidad pero también ayudarte a hacerlo bien en ese segundo chance. Después de eso pude empezar a soñar con hacer lo que quería: Me convertí en fotógrafo, retomé el control de mi vida, y nunca miré atrás”.
En el 2017, durante el huracán Irma, Krancer tomó una foto de una de las estatuas más populares de Jacksonville mostrando el impacto del huracán en la ciudad. La foto se hizo viral y catapultó su carrera como fotógrafo, y lo hizo ganador de múltiples premios y reconocimientos.
“Hoy en día puedo vivir de lo que me apasiona que es la fotografía, estoy casado, tengo dos hijastros y un bebe en camino y además llevo más de una década sobrio. Creo que sin duda esta organización y la fé pueden cambiar la vida de una persona”.
Medlin y Krancer son solo dos de los más de 100 casos de rehabilitación social exitosa que ha tenido Prisioneros de Cristo (POC por sus siglas en inglés), una organización de servicios de transición y reintegración social ubicada en Jacksonville. Del 2019 al presente, de manera anual POC ha ayudado a un promedio 30 individuos con servicios de vivienda y a un promedio de 80 individuos a encontrar empleo. De las 30 personas que reciben servicios de vivienda, al menos 15 completan exitosamente el programa.
¿Que es prisioneros de Cristo y por qué podría representar una solución al problema que azota al condado de Miami-Dade?
Prisioneros de Cristo es una organización de valores cristianos que ha estado en funcionamiento desde 1990 y cuyo principal foco es darle una verdadera segunda oportunidad a ex-convictos con cargos por crímenes violentos o cadena perpetua que recuperan la libertad y desean no solo dejar su pasado atrás, sino convertirse en seres funcionales e integrales en la sociedad.
“Este tipo de servicio le da una mano a aquellos individuos que desean cambiar su vida, brindándoles las herramientas para hacerlo y las habilidades que les permitan no reincidir criminalmente, lo que reduce la victimización y los futuros crímenes”, explicó Jeff Witt, CEO de Prisioneros de Cristo.
El programa se encarga de recibir a ex-convictos y hacer un trabajo de rehabilitación con ellos, acompañándolos de cerca desde el momento en que salen de la cárcel y brindándoles la estabilidad necesaria para retomar el control de sus vidas.
La organización proporciona a sus participantes vivienda, ayuda para encontrar trabajo, acompañamiento médico y psicológico, clases de finanzas donde les enseñan como manejar sus presupuestos adecuadamente, a cumplir con una normatividad, a aceptar los choques de la vida cotidiana, entre otros.
“Por ejemplo, cada martes deben venir a una reunión obligatoria donde hacemos un seguimiento de los procesos y traemos a ex-participantes del programa a compartir sus testimonios. También nos aseguramos que estén colaborando activamente en las actividades de las casas grupales; para ellos, le asignamos un líder a cada casa, y así hacemos el proceso mucho más cercano y constante”, agregó Witt.
Una de las críticas que suelen recibir las organizaciones cuyos pilares están basados en la fé y la religión es que promueven el adoctrinamiento. Sin embargo, a pesar de sus valores cristianos, la organización no se ha limitado a ayudar únicamente a aquellos que pertenecen al cristianismo, sino a cualquier persona que ellos consideren apta para el programa.
“Destacamos la fé como un elemento esencial en el proceso de rehabilitación y reintegración de una persona, pero no forzamos a nadie a creer en nada, o a ser cristiano para participar en el programa. Nuestro foco es ayudar a quienes participan del programa a tomar decisiones de vida que les beneficien y los ayuden a tener éxito en esta segunda oportunidad”, explicó Witt.
De acuerdo con las estadísticas más recientes, desde el 2019, ninguno de los individuos que ha completado el programa de un año ha reincidido o ha regresado a la cárcel. Han impactando positivamente en las cifras de la ciudad, y especialmente en las del condado de Duval, donde se encuentran ubicados.
“Este programa me preparó para el éxito, dándome una base estable para solidificar mi nueva vida”, dijo Medlin. “Si alguien no logra completar este programa, probablemente es porque no está listo para cambiar y darse una segunda oportunidad”.
Ahora bien, para Jeff Witt, el sistema se vería aún más impactado si se aplicaran también programas de prevención y restauración, esto en conjunto con la metodología de bases sólidas que se maneja en POC y un enfoque flexible a las necesidades del tipo de personas objetivo de cada programa.
¿Funcionaría POC en Miami-Dade?
El condado de Miami-Dade está próximo a inaugurar Miami Center for Mental Health and Recovery, un centro que busca combatir el arresto masivo de personas con enfermedades mentales y adicciones a través del tratamiento en vez del encarcelamiento.
“Es un centro que es el primero de este tipo. Allí contaremos con instalaciones para brindar todo tipo de tratamiento médico, psiquiátrico, estético, y de rehabilitación que los usuarios del sistema penal puedan necesitar”, explicó el juez Leifman.
Este centro trabajará solo con usuarios actuales del sistema; es decir, no aceptaran ‘walk-in’, además planean el uso de medicamentos inyectables de larga duración en los individuos que lo necesiten con el propósito de mantenerlos en un buen balance físico y emocional y, en cuanto a la duración, se espera que cada usuario pase un mínimo de dos a tres meses en el centro.
La falta de un periodo de tiempo promedio de recuperación establecido podría ser contraproducente, pues es un punto clave de la estabilidad que, como lo mencionó la psicóloga Márquez, es crucial en la recuperación del individuo.
Además, para poder brindar las herramientas a estas personas para recuperar su autonomía y convertirse en seres funcionales en la sociedad, es necesario involucrarlos en las situaciones de la vida real, y así prepararlos para poder darle continuidad a su tratamiento y prevenir la reincidencia.
De acuerdo con el psicólogo y experto en rehabilitación Guillermo Valenzuela, implementar la metodología de POC a la forma de trabajo que planea ejecutarse en el nuevo centro de salud y recuperación de Miami, plantea una solución efectiva que trabaja de la mano con los pilares establecidos por este centro para la recuperación completa de una persona ya que fusiona los elementos y permitirá brindar las herramientas indispensables y características de las rehabilitaciones y reinserciones victoriosas.
Sin embargo, el juez Leifman indicó que no considera que el modelo de POC podría solucionar la problemática de encarcelamiento cíclico de individuos con enfermedades mentales, y que si bien se pueden tomar referencias de algunas organizaciones, la metodología de este centro es la única diseñada para atacar el problema de raíz.
“La metodología del centro de apoyo y recuperación de Miami fue hecha desde cero, y este centro es el primero en su tipo, y si bien existen organizaciones que podemos tomar como referencia, la metodología de este nuevo centro es la única que está pensada y enfocada en la recuperación de cada individuo”.
Por su parte, Jeff Witt manifestó que la forma de trabajo de POC podría funcionar en Miami-Dade, ya que su metodología ayuda a los individuos a reintegrarse y estabilizarse en la vida cotidiana, pero encuentra varias dificultades en lo que respecta a tratar individuos con enfermedades mentales.
“Para mi es un sí y un no. En la metodología que nosotros tenemos, le pedimos a chicos que ya han completado el programa que vengan a compartir su testimonio con quienes apenas empiezan. Eso los motiva y les hace ver que tienen posibilidades, además se sienten identificados, pues es una comunidad con cosas en común. Sin embargo, en el caso de personas con enfermedades mentales, creo que es difícil tomar un punto de referencia porque cada caso es diferente, es lo que he visto en mis años de experiencia”.
Valenzuela explicó que si bien cree que el planteamiento anterior no arreglaría todas las fallas que existen en el sistema, si considera que la fusión de las dos metodologías impactaría positivamente en las estadísticas del condado y sobre todo en la vida de estas personas, promoviendo una solución al problema.
“Creo que al mostrarles a estos individuos una realidad diferente, un futuro mejor, se promueve en ellos el querer crear un cambio real, que al final es lo que los hace merecer una segunda oportunidad. Darles herramientas como la fe, la estabilidad, una red de apoyo, un ambiente libre de señalamientos y estigmatización, alejarlos de eso que los puso en una cárcel en un primer momento, eso, sin duda, influye en el cambio.”
La rehabilitación funciona, el encarcelamiento no.
“Ciertamente creo que todo el mundo se merece una segunda oportunidad”.