La Galería Ambulante 

Todo tiene un origen, un punto de partida. Todo, incluso las líneas trazadas en mapas, esas que llaman países. 

Y si el país es Haití, se puede decir que sus líneas empezaron a trazarse  hace 231 años en las inhóspitas montañas de Bois Caimán, al norte de lo que entonces era Saint-Domingue, una próspera colonia francesa conocida por sus plantaciones de azúcar. 

En aquel lugar, alejados de sus amos, e impulsados por el instinto esotérico de sus ancestros, un grupo de 200 esclavos se congregó para diseñar una estrategia con la que pretendían emanciparse. Su líder era Dutty Boukman, un esclavo y sacerdote vudú nacido en África. 

Ese día, en las montañas del norte repicaron tambores en un fervor ceremonial que anunciaba revuelta. De repente, entre las percusiones apareció Cécile Fatiman, una misteriosa mujer que bailaba poseída por el espíritu de Ezili Dantor, deidad vudú del amor. 

En su trance, Cécile tomo un cuchillo y sacrificó un puerco negro para sellar un sencillo pero contundente pacto entre los asistentes: aplacar a los opresores. 

Y así, entre música, mística, y gritos de guerra un puñado de esclavos empezó a trazar las líneas de lo que hoy es Haití. 

Lejos de Bois Caimán, y más de dos siglos después su histórico levantamiento, en una casa de North Miami reposa un puerco negro tallado en madera. La figura, similar a la sacrificada por Cécile, hace parte de una colección de arte vudú que deambula por la ciudad. 

Foto por Ivan Ardila

“Los puercos son de gran importancia para nuestra cultura”, dice Emmanuel Millen, propietario de la colección y director del Miami International Voodoo Museum. De ojos claros, pelo al rape, y una profunda voz con acento antillano, Manny, como le dicen quienes lo conocen, se esmera en imprimir un tono afable al recorrido por su galería. 

A pesar de su importancia, la figura del puerco se pierde entre una variedad de objetos cuidadosamente posicionados en un amplio patio, tan amplio que en su interior se pretende resumir con pinturas, esculturas, y utensilios una larga tradición cargada de misterio e incomprensión.

Y esa era la intención. Manny, se ha fijado la meta de construir un espacio donde sea posible ver otra cara del vudú, una alejada de los estereotipos y más próxima a lo humano, y porque no, a lo divino. En su empeño el coleccionista ha dejado tiempo, dinero, y uno que otra dolor de cabeza, pero su determinación sigue intacta.  

Foto por Ivan Ardila

La idea de este proyecto empezó hace años cuando Manny, profesor de Miami Dade College, vio la oportunidad de reivindicar su herencia por medio del turismo cultural. Según él, el vudú ha sido injustamente relacionado con prácticas malignas, una narrativa cada vez más aceptada por los mismos haitianos. 

“Nadie debería temerle a su propia cultura,” asegura Manny con vehemencia mientras lanza una mirada a su colección. “Yo vengo de una familia que no le temían al vudú, nunca me dijeron que era algo malo”.  

En este empeño por ganarse un espacio en la vida cultural de Miami, este experto en turismo y egresado de la Florida International University se enfrenta a un reto enorme: la desaparición. Durante su último viaje a Haití, Manny pudo comprobar de primera mano las condiciones precarias en las que trabaja el gremio artístico.  

“Parece que todo desaparecerá algún día”, asegura el coleccionista en un tono que mezcla la urgencia con la nostalgia. “Los artistas no tienen ayuda, o educación”. 

Y como no hay obra sin artista, ni artista sin remuneración, con su gestión Manny también busca transformar su galería en un canal donde pintores y escultores haitianos puedan tener una mejor exposición, y consolidar una infraestructura que les permita seguir creando. 

Jean Marie Renox es uno de esos artistas. Sus pinturas son una colorida exploción de animismo costumbrista, un portal donde lo sobrenatural traslapa con lo cotidiano. En aquel patio de North Miami, varias obras tienen estampada su firma, pero una es expuesta con especial recelo por su dueño: una ilustración de Ezili Dantor. 

En un fondo rojiazul, Renox utiliza dos elementos para simbolizar la deidad del amor: en la esquina superior izquierda un corazón atravesado por una espada, y en la esquina inferior derecha una silueta negra sin rostro que asemeja una virgen. 

Foto por Ivan Ardila

En el patio de North Miami, como en Bois Caiman, Ezili Dantor tiene un papel central en la comprensión de la cosmovisión haitiana, es un símbolo maternal que sirve como columna vertebral de la nación entera. En un momento en el que “muchos Haitianos han abandonado su cultura”, como asegura Manny, la deidad toma una nueva relevancia como lo hizo en las revueltas de hace 231 años. 

Si bien todo tiene un origen, un punto de partida, trazar las líneas de lo hoy es Haití no es una tarea estática,  por lo contrario, es un esfuerzo continuo en el que iniciativas como la de Manny se vuelven seguimientos a la gesta que un día anunció Dutty Boukman y Cécile Fatiman. 

Hoy, la galería ya no quiere ser ambulante, se quiere anclar a un espacio físico en el que las obras de Renox y sus colegas puedan reposar en un espacio adecuado para su preservación. Y no solo eso, en los próximos años Manny busca añadir más objetos a su colección, porque como él dice “Haití tiene mucho que ofrecer”. 

Alejandro Sanchez tiene una licenciatura en estudios internacionales y una maestría en ciencias políticas de la University of West Florida. A lo largo de su carrera ha trabajado como investigador para la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), y el Estado colombiano en la implementación de políticas de paz. Actualmente, cursa la maestría de periodismo en español de la Florida International University.